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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Ya son abuelos los niños Peter Pan y Castro está ahí!

Una estatua por la Operación Peter Pan

Ileana Fuentes | Miami | 14-11-2012 - 4:47 pm.

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La escultura recién erigida en Miami, ¿representa la verdadera experiencia de los niños y las familias que salieron al exilio por esa vía?

Un niño gigante, parapléjico, de aspecto helado y textura impenetrable, cabizbajo y afligido, con muletas y pesado bulto sobre sus espaldas se ha hecho presente en la ciudad de Miami. Lo han instalado como homenaje a los 14.048 niños que llegaron a Estados Unidos en la llamada Operación Pedro Pan entre diciembre de 1960 y octubre de 1962. Es una escultura, una estatua erigida en homenaje a una experiencia única y sin precedentes en este continente —el éxodo de menores no acompañados por sus padres— que se une a un monumento anterior localizado en la Avenida 13 del South West de Miami. Loable la idea de recordar el acontecimiento histórico con una obra de arte público. Lo que no puedo imaginar es a quién se le ocurrió aprobar la propuesta de escultura que ahora hiere la vista de los transeúntes en el downtown de Miami y desinforma sobre el acontecer de ese éxodo masivo.

Yo llegué a Estados Unidos el 20 de octubre de 1961 en la Operación Pedro Pan. Soy una entre miles de Wendys —de invisibles Wendys— que volamos en Cubana de Aviación hacia un refugio temporario, con una maletica portadora de tres mudas de ropa, un abrigo, libros de piano —que me fueron confiscados durante el chequo en el aeropuerto de Rancho Boyeros— y algunas fotografías. No era aquel viaje una ruptura permanente. No era ni remotamente el destierro. Era más bien una especie de vacaciones en el Norte, apenas un paréntesis que iba a salvarnos del peligro inminente de ser enviados a Moscú, a Praga o a Berlín en supuestas becas de estudio, en contra de la voluntad de nuestros progenitores. Era un compás de espera mientras se resolvía la problemática política del país con la "caída" de Fidel.

Acuñados nuestros pasaportes con la famosa visa waiver, salimos del país con documento de nuestros padres que autorizaba nuestra salida, el récord de vacunas, y el permiso de inmigración del Estado cubano. No fuimos en ningún momento objeto de secuestro alguno, ni de la famosa CIA, ni de nadie. Miente el gobierno de Cuba descaradamente, y mienten los que se hacen eco de su propaganda: la salida de 14.048 niños cubanos fue abierta, autorizada, y celebrada por el gobierno revolucionario, porque se anticipaba que detrás de nosotros saldrían 28.000 adultos dueños de casas y de negocios cuyos bienes se repartirían como botín de guerra entre los nuevos dirigentes. ¡Si alguien secuestró nuestras vidas, fue el propio gobierno cubano!

Pero ése no es el tema de estas líneas. El tema de estas líneas es una escultura horrenda que deforma lo que fue la experiencia colectiva de 14.048 niños cubanos, e invisibiliza —para no cambiar— la presencia de nosotras las niñas —las Wendys— de esta historia. Pobre Elly Vilano Chovel, que tanto luchó por esa presencia. La experiencia Pedro Pan no puede representarse mediante discapacitación y muletas, o con torpes pasos con el hogar a cuestas, o solo con tristeza y pesimismo. Sí, fue una experiencia brutal en algunos casos, enajenante en otros, traumatizante para muchos, quizás para todos. Pero la Operación Pedro Pan —de Johns y Michaels y Wendys— es una historia de optimismo y esperanza, de triunfos personales, de sobrevivencia del espíritu, de familias re-ensambladas, de nuevos significados de cubanidad, de vidas, carreras, servicio y creación logrados durante los últimos 50 años por aquellos baby-boomers cubanos que hoy somos abuelos,senior citizens y alcanzamos la edad del Medicare.

Rechazo las muletas, el bronce denso e insensible, el bulto pesado, la vista enterrada en el suelo, la minusvalidez y la torpeza de esa escultura. En su lugar, propongo una espiral gigante, una espiral de niños y niñas, cogidos de la mano, volando hacia el futuro, hacia la libertad, hacia los cielos. Si quieren ponernos lágrimas, que las pongan. Si quieren ponernos sobresalto o risa, también. Pero niños y niñas en ascenso hacia una nueva vida, cogidos de la mano incluso de figuras adultas que representen a los padres y a las madres cuyos destinos rescatamos al obligarlos de una forma u otra a salir tras nosotros y a dejar atrás el infierno. Ese es el mejor y más exacto homenaje y símbolo que pueda quedar de la Operación Pedro Pan.

Una estatua para las madres y los padres

Son pocos los padres y las madres de los niños y niñas "Pedro Pan" que quedan vivos. Ayer justamente hablaba con mi amigo Mario Bencomo —entre los mejores artistas plásticos de mi generación— un John o Michael de los que llegó solito a España. Mario me confesó que él sí se identificó con el niño gigante de bronce instalado frente a la Torre de la Libertad. "El sufrimiento que representa", me aclaró, "lo viví yo en las calles de Madrid, con mi maletica cuadrada a cuestas". La anciana madre de Mario vive aún. "Habla sobre esto con ella, amigo mío", le dije anoche. "Que no se quede su historia sin contar".

Otros comentarios sobre la estatua me llegaron de Wendys y de otras amigas cuyo exilio no comenzó gracias a un vuelo al País de Nunca Jamás. Las reacciones de ellas indican que las cubanas que hoy vestimos canas coincidimos en que el niño gigante no representa la experiencia integral de Pedro Pan. Pero mi compañera de orfelinato, Elvira Surós, me hizo un comentario que expresa un sentir que no se toca muy a menudo: que los verdaderos héroes de Pedro Pan fueron las madres y los padres que pusieron a sus hijos e hijas en el avión hacia un lugar más seguro, lejos de los peligros revolucionarios.

¡Inocentes, nuestros pobres padres! De eso casi no se ha hablado. Mi amiga, la sicóloga Margarita García, de la Universidad de Montclair en New Jersey, inició hace unos años un estudio para documentar la vivencia de padres y madres Pedro Pan. No logró muchas entrevistas, ni las mínimas necesarias. Recuerdo bien su desencanto. El silencio de tantos cubanos y cubanas nos hace pensar que dolía demasiado abordar este episodio desde la experiencia de quienes tomaron la difícil decisión de lanzar a sus hijos e hijas hacia un incógnito de duración impredecible. Pero, ¿era ese "incógnito" para ellos un espacio desconocido como tal?

Mis padres, para poner un ejemplo, jamás hablaron del asunto. Sí recuerdo perfectamente los gritos de mi madre cuando al fin supo mi paradero, tres semanas después de mi partida. Fue por teléfono. Para ese entonces, yo estaba recién llegada al orfelinato Queen of Heaven, en Denver, Colorado. ¿Orfelinato? ¿ORFELINATO? ¿Y dónde estaban las monjas dominicas que debieron haberme recibido en el aeropuerto y a cuyos colegios privados debía ser enviada? A mi madre le dio un colapso nervioso en La Habana mientras esperaba una visa de tránsito por México que pudiera reunificarnos del lado de acá. Había desterrado a su hija a la beneficiencia católica norteamericana, a un orfelinato, en casa del mismísimo carajo. ¿Qué pasaría si no la veía más?

Jamás se mencionó la palabra "orfelinato" en La Habana circa 1961. Jamás se mencionó "familias adoptivas" ni mucho menos "reformatorios". Jamás se habló de Iowa o Kentucky, de Nebraska o Albuquerque. Jamás se pensó en un exilio permanente. Aunque el reciente acercamiento a varias compañeras de primaria, compañeras de las Dominicas, que también son Wendys y fueron desperdigadas por todo el país, confirma la experiencia paralela y común, hablo aquí por mi propia experiencia solamente: mis padres me enviaron a Estados Unidos confiados en que seguiría bajo la tutela de las monjas dominicas americanas. ¿Cómo fuimos a parar —yo y miles de adolescentes cubanos más— al sistema de orfelinatos y foster homes que en aquel momento ya estaba en quiebra? ¿Fuimos los 14.048 Michaels, Johns y Wendys la tabla de salvación financiera de esas instituciones decrépitas durante los cinco o seis años adicionales que se mantuvieron abiertas?

Esa fue la gran ignominia de la Operación Pedro Pan. ¡Qué conspiración de la CIA ni qué ocho cuartos! Lo imperdonable es que los organizadores y coordinadores de Pedro Pan en La Habana le mintieran a más de 20.000 madres y padres sobre los destinos reales de sus adorados hijos. ¿Quién y dónde comenzó la mentira? Dos años después de llegar a Estados Unidos, mi madre sufrió un segundo colapso nervioso. Mi madre, toda una doctora en pedagogía, abnegada educadora, sargento de caballería hogareño y roble de la familia, lloraba inconsolable sentada en la tapa del inodoro suplicando que no la enviaran a la escuela. "Por favor, no me obliguen a ir a esa escuela…." Mi pobre padre pensaba en la escuela en Brooklyn para alumnos con problemas de disciplina, donde la habían contratado para enseñar español. No, no era ésa la escuela de su desvarío… ni la número 8 de Guanabacoa que había sido su cantera hasta 1960. Era la asociación de su única hija en un orfelinato lo que le había robado su ecuanimidad.

¡Maldición a los que mintieron, a los que escondieron las verdades! ¡Maldición, aunque muchos de nosotros hayamos triunfado! ¡Maldición, aunque hayamos escapado del comunismo! Mi amiga Elvira tiene razón: ¡Es a nuestros padres y a nuestras madres a quien hay que erigir un monumento gigante frente a la Torre de la Libertad!

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