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sábado, 26 de mayo de 2012

Raul Castro en los brazos de tío Batista. Su padre Mirabal lo llevó a La Habana

La pulguita de Biran y El chino Mirabal, el destino de Cuba estaba cantado « CubaOut

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

La pulguita de Biran y El chino Mirabal, el destino de Cuba estaba cantado

La triste historia de Cuba parte de que oficialmente no existe esta asignatura como tal. Nunca se ha logrado escribir, ya que el Ministerio de la Verdad periódicamente ha de re decorar las escenas del pasado para que “traidores” del presente desaparezcan de raíz.
De esta suerte en Cuba más que historia existen recuerdos individuales, y muchos han sido también adaptados a las circunstancias del que cuenta algo.
Durante pocos años, después del 1959 se mantuvieron los libros de Historia en las escuelas. Estos fueron desaparecidos de pronto y sustituido por una Historia de Cuba del MINFAR [Fuerzas Armadas]. Pero manteniendo el estilo, después de los acontecimientos del General Ochoa, también este libro desaparece. Es cuando se cae en el limbo total de la Historia de Cuba.
La falta de memoria colectiva asentada en la realidad, ha creado muchos problemas a los cubanos más jóvenes, sobre todo cuando viajan a otros países y se encuentran con el extraño fenómeno comparativo, de que donde quiera que llegan allí se cuenta una historia, las familias y pueblos tienen la suya, pero ellos como extraterrestres solo pueden hablar del Comandante, del Che y de los 5 Heroes.
Navegando me encuentro con este pedazo de la historia del origen del actual presidente de Cuba, Raul Castro. Nos habla de sus orígenes y las historias familiares que envuelven los primeros años de esta persona. Creo que esto que debe ser hasta medio secreto debería ser sabido por todos los cubanos…
Ramiro Peres para cubaout.
La pulguita de Birán.planetadelibros.com. Los fuertes gritos de aquel niño contrastaban con su figura menuda, casi raquítica, a diferencia de sus dos hermanos varones, Ramón y Fidel, que pesaron casi seis kilos cada uno al nacer. Era la
una de la tarde del 3 de julio de 1931 y el calor era sofocante en
la finca Manacas, llamada así por el arroyo del mismo nombre que
discurre por el lugar, en las estribaciones de Sierra Cristal, en el
municipio de Birán, en Mayarí, provincia de Holguín. El niño, que
recibiría el nombre de Raúl Modesto, era hijo de Ángel Castro, el
dueño de la propiedad, y de Lina Ruz, empleada de la casa con la
que el terrateniente convivía desde que su mujer, María Luisa Argota, con la que tenía dos hijos legítimos, le abandonó, cansada de
los amoríos de su esposo. El niño Raúl y sus seis hermanos —Ángela María, Ramón Eusebio, Fidel Alejandro, Juana de la Caridad,
Emma Concepción y Agustina del Carmen— fueron bautizados
años más tarde con el apellido de su madre, después de realizar
laboriosos trámites, porque la Iglesia católica cubana no aceptaba
cristianar a los hijos bastardos. El 11 de diciembre de 1943, cuando
Raúl tenía doce años, los hermanos Ruz pudieron ser reconocidos
oficialmente por su padre gracias a que la nueva Constitución proclamada en 1940, durante la primera presidencia de Fulgencio Batista, reconoció el divorcio. Don Ángel se separó de María Luisa
Argota en 1942, y un año después se casó con Lina Ruz.
Ángel María Bautista Castro Argiz era hijo de Juan Castro Núñez
y de Antonia Argiz Fernández, naturales de Láncara, una pequeña
aldea de Lugo, en Galicia (España). En 1895, cuando contaba veinte
años, fue movilizado y enviado a Cuba, donde los mambises libraban
una dura lucha por la independencia contra las tropas coloniales
españolas. Castro, pobre y analfabeto, fue en calidad de recluta sustituto, una fórmula que permitía a los hijos de las familias pudientes
librarse de ir a la guerra al enviar a otros en su lugar mediante el
pago de una cantidad que oscilaba entre las 1.500 y las 2.000 pesetas,
una suma considerable en aquella época y con la que un campesino,
si regresaba vivo del frente, podía comprar tierras de labranza.
En Cuba, el joven soldado de la Sexta Compañía de Infantería
Isabel II tuvo más problemas con las fiebres tifoideas que con las
balas de los guerrilleros del general mambí Máximo Gómez. Los
soldados españoles luchaban en dos frentes, y no era menos
cruento el combate que libraban en los hospitales de la retaguardia contra las enfermedades tropicales.
La explosión accidental en la bahía de La Habana del acorazado norteamericano Maine, el 15 de febrero de 1898, precipitó el
final de la guerra: Estados Unidos culpó a España de la voladura e
intervino en el conflicto, con lo que el ejército colonial español
tuvo que batirse en retirada, y con él Ángel Castro, que fue repatriado en el buque Ciudad de Cádiz. El 9 de febrero de 1899 Ángel
Castro desembarcó en el puerto de La Coruña con un deseo que
había ido madurando durante la travesía: regresar a Cuba.
Ochún bendice a los yanquis
El 4 de diciembre de 1899, diez meses después de su partida,
Ángel Castro regresó a La Habana en el vapor francés Mavane. El
país ya no era el mismo. La bandera de Estados Unidos ondeaba
en el castillo del Morro, y un gobernador militar, John Rutter
Brooke, era la autoridad suprema de la isla. La economía del país
estaba seriamente dañada por treinta años de luchas independentistas, y muchas empresas estadounidenses adquirieron a precio
de saldo propiedades, tierras de cultivo, ingenios azucareros y minas. La United Fruit Sugar Company, la Dumois-Nipe Company, la
Spanish American Iron Company y la Cuba Railroad Company se
hicieron con las tierras aledañas a la Bahía de Nipe, en Holguín,
una de las zonas más prósperas de la isla, donde según la tradición
apareció flotando sobre una tabla la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, sincretizada con Ochún, dueña de las aguas
dulces, de los ríos y de los manantiales.
Ángel Castro partió a Oriente y trabajó en las minas de níquel de
Mayarí, y luego en la construcción del ferrocarril de la United Fruit
hasta el puerto de Antilla, desde donde salían los productos caminode Boston o Nueva York. De la bahía de Nipe partían también los
barcos que llevaban whisky de contrabando a Estados Unidos durante la prohibición. Aquel gallego analfabeto, pero inteligente y tozudo buscaba hacerse un hueco en ese territorio, una especie de far
west caribeño dominado por las humeantes chimeneas de los ingenios azucareros Preston y Boston, de la United Fruit Company.
Ángel Castro no había ido a Cuba para trabajar toda su vida
como un esclavo, pues para eso se hubiera quedado en Galicia.
Conocedor del campo como era, compró bueyes para llevar leña
a las calderas de vapor de la frutera estadounidense y organizó
brigadas de trabajo para prestar servicios auxiliares. En la peque-
ña localidad de Guaro montó también una fonda, a la que dio el
nombre de El Progreso, donde recalaban los cortadores de caña
que entre ron y ron maldecían su suerte porque sólo encontraban
trabajo durante la zafra azucarera. En aquella época los trabajadores del campo sólo trabajaban un promedio de 108 días al año, y
en pocos años, con la mecanización del proceso de producción de
azúcar, ese tiempo se redujo casi a la mitad.
En Banes, Castro conoció a Fidel Pino Santos, un cacique local de origen canario, prestamista, consejero municipal y muñidor de votos para el Partido Auténtico, y abogado de la United
Fruit, quien jugaría un papel decisivo en su vida. Pino Santos era
el espejo en el que Ángel Castro quería verse reflejado, y lo consiguió con su ayuda. Con unos ahorros y un pequeño préstamo de
quien se convertiría en su mejor amigo, cómplice y compadre en
muchos negocios, Ángel Castro arrendó unas pocas hectáreas a la
frutera estadounidense y poco a poco fue comprando una caballería
1
tras otra que dedicó, en principio, al cultivo de la caña de
azúcar. En muy pocos años el gallego de Láncara se convirtió en
uno de los hacendados más prósperos de la zona, propietario de
cerca de 800 hectáreas y otras 10.000 arrendadas. La leyenda dice
que Ángel Castro aprovechaba las noches sin luna para ampliar
los límites de su hacienda a costa de la United Fruit y que exprimía sin compasión a los inmigrantes ilegales haitianos que trabajaban como esclavos por salarios miserables.
El caíd de Birán
En aquella zona imperaba la ley de la frontera, y sólo los más
fuertes sobrevivían imponiéndose a los demás. Serge Raffy presenta a don Ángel como un caíd despiadado ante sus enemigos y
duro en los negocios. Era un paria que se abrió paso en un Nuevo
Mundo implacable y violento. «La gente lo calificaba de ladrón
—dice Raffy—, pero bajaba la vista cuando se acercaba. Al cabo de
unos pocos años, a fuerza de sudor, lucha, astucia y violencia, pero
también de trabajo, el españolito que llegó de Láncara consiguió
que le llamasen don Ángel. Altanero y hierático, recorría sus dominios sobre un caballo blanco con la pistola al cinto.»
La historiadora oficial cubana Katiuska Blanco Castiñeira
cuenta la historia edulcorada de otro Ángel, un ángel de la guarda sin duda, como salido de las páginas del diario Granma, órgano
del Comité Central del Partido Comunista de Cuba que durante
años se imprimió en papel obtenido del bagazo de la caña de azú-
car. A ese ángel, cuenta la ripiosa Blanco Castiñeira, «podían verlo
[los trabajadores] y hablarle sin temores, sin que importara el sudor de la camisa gastada o el fango en las alpargatas. Siempre tenía labor para ellos, accedía a sus peticiones y los amparaba de los
excesos violentos de la Guardia Rural o los vaivenes del tiempo de
hacer o no los azúcares en las fábricas de la United Fruit Company, el emporio norteamericano dominante en las inmediaciones de la bahía de Nipe, con ciento treinta mil hectáreas de tierra
dedicadas a plantaciones cañeras, algunas arrendadas, que limitaban las tierras del activo inmigrante español, de indudables dotes
organizativas y suficiente carácter como para asumir la dirección
de una empresa y hacerla prosperar con éxito».
El terrateniente analfabeto se casó con María Luisa Argota Reyes, maestra de Birán, quien le enseñó a leer y a escribir. Con ella
tuvo cinco hijos, de los que sólo sobrevivieron dos: Pedro Emilio y
Lidia. Pero Ángel Castro no era hombre de una sola mujer. Como
el conquistador español Vasco Porcallo de Figueroa, fundador de
la ciudad de Remedios en 1514 y que recibió el merecido título
de «gran fornicador», Ángel Castro supo hacer uso de sus prerrogativas cuasi feudales en lo que al derecho de pernada se refiere.
Hasta que se topó con la horma de su zapato. Se llamaba Lina Ruz
González, y era la tercera de los siete hijos de Francisco Ruz Vázquez y Dominga González Ramos, campesinos pobres de Pinar
del Río, al otro extremo de la isla, que emigraron en una carreta
de bueyes hasta aquel Eldorado oriental para escapar de la miseria. La joven Lina entró a trabajar en la finca cuando apenas tenía
catorce años y no tardó en convertirse en la amante del patrón,
que rozaba la cincuentena.
Con la pistola al cinto
María Luisa Argota no pudo impedir aquella relación, y después de años de fuertes disputas con su marido se marchó con sus
dos hijos a Santiago de Cuba después del nacimiento de Fidel, el
tercer hijo de su marido con Lina Ruz. La joven amante, de carácter fuerte y decidido y de genio pronto, se instaló entonces en la
casa y se convirtió en dueña y señora del lugar. «De aquí para allá,
de un lado a otro, de pie o a caballo, con un revólver Colt a la cintura, calzando botas altas bajo los vestidos sueltos, así era Lina»,
escribe Claudia Furiati, biógrafa oficiosa de Fidel Castro.
Katiuska Blanco describe a Lina Ruz de tal modo que casi puede escucharse una música de violines de fondo: «Ella olía a cedro
como la madera de los armarios, los baúles y las cajas de tabaco,
con el aroma discreto de las intimidades que, en su tibia y sobria
soledad, recuerda los troncos con las raíces en la tierra y las ramas
desplegadas al aire. Su olor perturbó los sentidos de don Ángel
[…] para llevársela desplegó todas sus ternuras […] la acarició con
una suavidad inimaginable en aquellas manos ásperas y la condujo
por entre el gorjeo susurrante de los tomeguines y de los zorzales
que tejían el nido en los vericuetos y entrepaños de la escalera hacia el altillo, donde se amaron por primera vez, una noche de luna
creciente, en el silencio de la casa de madera de pino».
«Y fueron felices y comieron perdices», habría que añadir a
ese cuento de hadas. Otros testimonios, como el de una persona
tan próxima a la familia como Fidel Pino Santos, recogido por
Brian Latell, describen a Lina Ruz como «persona vulgar» que
«trabajaba muy duro». «Soltaba palabrotas como un machetero
—dice Latell—, no tenía educación y era casi iletrada.»
El chino Mirabal
El 3 de julio de 1931 nació Raúl Modesto, el cuarto hijo de la
pareja y tercer varón, cuando María Luisa Argota había abandonado ya la casa de Birán. Esmirriado y de poco peso, aquel niño
de ojos achinados no se parecía en nada a sus hermanos Ramón y
Fidel, altos, fuertes y robustos. Las malas lenguas pronto dieron
en decir que Raúl era fruto de una relación ocasional de Lina con
Felipe Mirabal, «el chino» Mirabal, jefe de la Guardia Rural de
Birán. Según Serge Raffy, «contaban que Felipe Mirabal abandonó la provincia de Oriente para huir de la cólera de don Ángel, el
patriarca. La historia es digna de una novela de Gabriel García
Márquez: ¡Felipe Mirabal era además padrino de una hija ilegítima de Fulgencio Batista, llamada Elisa!».
Por su parte, Brian Latell señala en su libro sobre los Castro publicado en 2006 que «en
estos últimos años, algunos de sus más cercanos colaboradores
admiten que los rumores podrían ser ciertos, aun cuando Raúl
mismo nunca haya aludido al tema».
No existen evidencias sólidas de que Ángel Castro no fuera el
padre de Raúl, y así lo señalan la mayoría de los estudiosos de la
Revolución cubana. Hay un hecho, sin embargo, que deja abierta
la puerta a esa posibilidad: Felipe Mirabal, condenado a muerte
después de la Revolución por su pertenencia al SIM, el temido y
odiado Servicio de Inteligencia Militar del dictador Fulgencio Batista, se salvó del paredón milagrosamente, al parecer por la intercesión de Raúl Castro.
Norberto Fuentes, autor de una monumental biografía de Fidel Castro, de quien fue uno de sus más cercanos colaboradores
hasta su ruptura y posterior exilio en 1989, pone en boca de Fidel
este comentario: «No escapan a mi conocimiento las habladurías
de que Raúl no es hijo de mi padre con mi madre sino de Mirabal
con ella. Es cierto que el cambio genético entre Ramón y yo
—ambos somos corpulentos y de más de seis pies de estatura—
con el pequeñajo de Raúl es en exceso acusado. Pero esos saltos
en el comportamiento genético ocurren con frecuencia».
En el libro de Fuentes, Fidel Castro asegura que fue él quien salvó la vida a Mirabal, «un celoso perro al servicio de mi padre» y de su
hermano Ramón, con quienes había hecho buenos negocios en
el pasado.
Sea como fuere, a los seis años de edad Raúl Castro, disfrazado
más que vestido con su uniforme de la Escuela Cívico Militar donde pasó algunos meses, viajó a La Habana de la mano de Felipe
Mirabal para participar junto a varios centenares de niños de todo
el país en los actos de aniversario del primer golpe de Estado de
Fulgencio Batista, en 1933. Como todo dictador que se precie,
Batista, que nació en Birán y era amigo de la familia Castro, cogió
en sus brazos al pequeño soldadito y se hizo una foto con él que al
día siguiente fue reproducida por algunos periódicos.
Años después, ese niño y su hermano Fidel se convertirían en
una pesadilla para el «paternal» Batista.

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